Las fábricas de ladrillos son un negocio en auge en Afganistán, necesarias en los tímidos indicios de renacimiento de este país. Los trabajadores amasan, excavan y construyen el futuro enterrado en la tierra roja del desierto. La arena vuelve los ojos rojos e irrita la garganta. Hombres y niños, no hay diferencia, trabajan descalzos y con las manos desnudas por un salario de 3 a 8 dólares por día, según el número de ladrillos producidos y las horas trabajadas.
La tierra utilizada es seca y árida, perfecta para la fabricación de ladrillos. Estas fábricas están a las afueras de la ciudad a causa de la contaminación, ya que los hornos han dejado de quemar madera por el carbón causante del problema.
Según UNICEF, 40.000 niños trabajan en Kabul. En las fábricas éstos sacan los ladrillos del horno, los ponen a secar al sol. Apenas paran unas horas cuando el calor y el polvo se vuelven insoportables. Pero después continúan con sus labores, hasta el atardecer.
Fotos de Ahmad Masood / Reuters
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