viernes, 12 de marzo de 2021

Fukushima: 10 años después del desastre

 


Un imponente muro de contención construido para evitar que futuros tsunamis se precipiten sobre la central, se erige como centinela en la cercana costa del Pacífico. Es un elemento que choca en una región rural.

 

 Una década después de los mortíferos desastres naturales desencadenados el 11 de marzo de 2011, siguen grabados en la psique japonesa. Un terremoto, de 9,1 puntos en la escala de Richter, y el tsunami de 15 metros que generó en la costa de la región de Tohoku, en el noreste nipón, al que se sumó el mayor accidente nuclear en el mundo desde el de Chernóbil en 1986, en la planta nuclear Fukushima Daiichi. La falta de suministro eléctrico desencadenó la fusión del núcleo de tres de sus seis reactores; un cuarto quedó dañado por las explosiones de hidrógeno, como consecuencia básicamente de un error humano. La catástrofe mató a más de 19.000 personas y provocó un replanteamiento mundial de los peligros de la energía nuclear. 


En  Futaba, la maleza se abre paso a través del asfalto y trepa por las fachadas de los bloques de apartamentos desiertos.

Una casa derrumbada sigue a la espera de un equipo de demolición.


Casi 2.500 personas siguen oficialmente desaparecidas; de tanto en tanto aún se identifican restos. A las víctimas mortales se suman 6.000 personas con heridas graves, y unos daños por valor de cerca de 235.000 millones de euros, sin incluir la limpieza de Fukushima Daiichi y sus alrededores. Medio millón de residentes fueron evacuados, incluidos 110.000 en el área de vaciado forzoso de 20 kilómetros a la redonda en torno a la central nuclear dañada. Cerca de 36.000 siguen sin poder volver, aunque la cifra real puede doblar la oficial: la gran mayoría de los que se marcharon ha renunciado a regresar. Las ayudas estatales y las compensaciones de la operadora de la planta, Tokyo Electric Power (Tepco) para los evacuados ya se han agotado.


En Katsurao la tierra radiactiva se encuentra en vertederos temporales. 

En Futaba, los terrenos de un templo budista siguen llenos de escombros del terremoto.


Entre los evacuados, retornados o no, abundan las secuelas psicológicas, mientras que otras enfermedades físicas, como la hipertensión o la diabetes, se han hecho más comunes, producto quizás del estrés. Las comunidades se han visto destruidas por la diáspora de sus miembros y, aunque mucha de la destrucción de entonces se ha reconstruido, un 2,4% de la antigua zona de exclusión aún es “área de difícil retorno”, debido a la gran presencia de residuos radiactivos. Persisten las sospechas sobre la salubridad de las zonas que se han ido abriendo. Un informe de Greenpeace denuncia que el 85% del Área Especial de Descontaminación, de 840 kilómetros cuadrados y donde el Gobierno es responsable de la descontaminación, sigue mostrando niveles tóxicos de cesio.


En algunos bosques de Fukushima, los científicos han encontrado pruebas de radiación persistente.

En el distrito de Tsushima, en Namie, se demolieron tantas casas a causa de la radiación que algunas calles son ahora solo caminos flanqueados por cimientos vacíos.

En Daiichi se almacenan cerca de 1,22 millones de metros cúbicos de agua procesada, muy cerca de la capacidad límite de 1,37 millones, que podría verse rebasada en 2022. La propuesta del gobierno de verter esa agua gradualmente al Pacífico ha irritado a los pescadores locales. Los países vecinos, China y Corea del Sur, también han expresado su preocupación por la posible contaminación de sus caladeros. El tema de la energía nuclear sigue siendo muy delicado.


Campos en los que antes producían hortalizas, ahora están baldíos.

Ciudades donde las farolas iluminan intersecciones vacías.



El Gobierno nipón tiene previsto presentar este verano su nueva estrategia de generación de energía para el próximo trienio. El año pasado, planteó un plan que calcula que, para 2050, la aportación de las renovables representará entre el 50 y el 60% de la cesta energética, mientras que el resto estará cubierto por una combinación de energía nuclear y de plantas eléctricas alimentadas por combustibles fósiles, a las que se dotará de tecnología para la captura del carbono.


Paraguas en una guardería de Futaba.



Fuentes: elpais, nytimes (fotos:James Whitlow Delano)




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