A Cuca, de 1924. Hace alusión a
una criatura que en el folclore brasileño se dedica a asustar a los niños. En
el cuadro, es un bicho deforme sin alcanzar lo grotesco que encaja
perfectamente con el paisaje, estilizado al estilo cubista pero siguiendo una
estética más brasileña: líneas curvas y colores fuertes.
“Quiero ser la
pintora de mi país”, escribió Tarsila do Amaral (1886-1973) en 1923. Nacida en una rica familia de cafeteros en São Paulo, Brasil, estudió piano, escultura y dibujo
antes de partir a París en 1920 para asistir a la Académie Julian, la famosa escuela de arte que atrajo a muchos
estudiantes internacionales. Durante las siguientes estadías en la capital
francesa, estudió en los talleres de André Lhote, Albert Gleizes y Fernand Léger,
desarrollando técnicas influenciadas por el cubismo y el modernismo. El
cubismo, afirmaba, debía ser "el servicio militar" del artista
moderno. Su
obra es una mezcla de las grandes corrientes internacionales con sus raíces
brasileñas.
O sono, 1892
A Negra, 1923
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Carnaval em Madureira, 1924
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Estudo (Academia no. 2), 1923
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A rua, 1929
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Composição (Figura só),1930
La retrospectiva
que el Museo de Arte Moderno de NuevaYork dedica a Tarsila do Amaral, una
de las más importantes personalidades del arte brasileño, permite ver la evolución de su lenguaje
visual, desde el cubismo y modernismo hasta las obras en que aparecen sus
motivos mitológicos brasileños, referencias a la compleja espiritualidad de su
país y al omnipresente espíritu del carnaval, que marca un estilo característico
de paisajes sensuales y vibrantes y escenas cotidianas. Sin embargo, su arte no
fue aceptado por la burguesía brasileña, que lo consideraba como de mal gusto. “Fue
en la década de 1960 cuando el país estuvo listo para aceptar la manera en la
que integró todos los elementos de la cultura brasileña para producir una
identidad artística distintiva, y una nueva generación de artistas descubrió el
poder su arte”, recuerda Luis Peréz-Orama, comisario de arte latinoamericano en
el MoMA.
Abaporu,1928
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Antropofagia, 1929
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Pintó Abaporu para su marido, el poeta Oswalde
de Andrade, que representa una figura alargada y aislada con un cactus en
flor. Esta pintura emblemática inspiró el Manifiesto de la antropofagia y se convirtió en la bandera de un movimiento artístico transformador, que
imaginaba una cultura específicamente brasileña que surgía de la digestión
simbólica o "canibalismo" artístico de las influencias externas.
Cartao postal,1929
Operários, 1933
Esta pintura marca un cambio
radical en su trabajo cuando abandonó el ejercicio formal del arte moderno para
convertirse en una artista comprometida política y socialmente. La diversidad
racial representada en esta obra es una representación de la sociedad brasileña
moderna y mestiza. Detrás de estos trabajadores, las
chimeneas y los edificios representan el paisaje cada vez más industrializado
de São Paulo.
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