La hormiga Drácula ya era conocida, pero es la
primera vez que se analiza la fisiología de sus mandíbulas mediante cámaras de
alta velocidad. Ahora falta comprobar cómo usa sus mandíbulas en su entorno
natural, fuera del laboratorio. Su biología, cómo capturan presas y defienden
sus nidos, todavía necesitan una descripción.
La velocidad de
los animales es un rasgo clave del rendimiento que puede determinar el
resultado de muchas interacciones ecológicas, como las que existen entre
depredadores y presas. Mecánicamente, la velocidad refleja la relación
fundamental entre la forma y la función de los sistemas
musculoesqueléticos. Los movimientos de animales más rápidos que se
conocen pertenecen a artrópodos que han incorporado cierres y resortes en sus
sistemas de apéndice para superar los límites de la potencia muscular.
En el estudio publicado
en la revista Royal Society Open Science, los científicos han concluido que la
hormiga Drácula, Mystrium camillae,
puede morder con sus mandíbulas a velocidades de hasta 90 metros por
segundo (320 kilómetros por hora), lo que la convierte en el movimiento animal
más rápido registrado, aunque si es cierto que el halcón peregrino puede
alcanzar velocidades de 360 kilómetros por hora al caer en picado. La especie
ya era conocida, pero es la primera vez que los investigadores analizan la
fisiología de sus mandíbulas mediante cámaras de alta velocidad. Ahora falta comprobar
cómo usa sus mandíbulas en su entorno natural, fuera del laboratorio. Su
biología, cómo capturan presas y defienden sus nidos, todavía necesitan una
descripción.
A diferencia de las hormigas de
mandíbulas trampa (Odontomachus),
cuyas poderosas mandíbulas se cierran con un chasquido desde una posición
abierta, las hormigas Drácula activan sus mandíbulas presionando las puntas
juntas, cargándolas con tensiones internas que se liberan cuando una mandíbula
se desliza sobre la otra, similar al chasquido de un dedo humano. Esta
hormiga cuenta con la costumbre de beber la sangre de sus propias larvas sin
matarlas, algo que los biólogos llaman canibalismo no destructivo.
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