“Para los mayas, el subsuelo es
el nivel del inframundo, donde existen las deidades, los espíritus, de donde
vienen las cosas buenas, la vida misma. La salud, la lluvia, la agricultura
vienen de las cuevas. Pero también pueden venir cosas malas. Si percibimos las
cuevas como el punto de inicio de la vida, tal como lo percibían los mayas,
podemos entender su importancia”, dice el arqueólogo Guillermo de Anda,
director del proyecto GAM.
Especialistas del
proyecto Gran Acuífero Maya (GAM) han
documentado uno de los hallazgos más importantes en la antigua ciudad maya de Chichén Itzá, en Yucatán. Se trata de la cueva denominada Balamkú, en cuyo interior se
han registrado cientos de artefactos arqueológicos pertenecientes a siete
ofrendas, en su gran mayoría incensarios “tipo Tláloc”, indicativo de su uso
ritual en tiempos prehispánicos. Debido a que el contexto se mantuvo sellado
por siglos, contiene información invaluable relacionada con la formación y
caída de la antigua Ciudad de los Brujos del Agua, y acerca de quiénes fueron
los fundadores de este icónico sitio.
A lo largo de los siglos, se
formaron estalagmitas alrededor de objetos rituales, como el quemador
de
incienso representado en la fotografía, con la imagen del dios de la lluvia
Tláloc.
Los incensarios y
vasijas hallados conservan aún restos carbonizados, alimentos, semillas, jade,
concha y huesos, entre otros elementos que los antiguos mayas ofrendaron a sus
dioses. Se estima podrían corresponder al Clásico Tardío (700-800 d. C.) y
Clásico Terminal (800-1000 d. C.), los especialistas conjeturan que el espacio
fue utilizado al menos durante estos periodos. En lengua maya, Balamkú
significa “dios jaguar”, en alusión al atributo divino que los antiguos mayas
asociaron a este animal mítico, el cual creían tenía la capacidad de entrar y
salir del inframundo.
Una de las ofrendas, quizás la
que más material arqueológico contiene,
de las siete encontradas hasta el momento.
Ubicada al este de
la Pirámide de El Castillo o Templo de Kukulcán, la cueva fue descubierta
fortuitamente hace más de 50 años por un grupo de campesinos ejidatarios y cerrada casi
inmediatamente después de su hallazgo. El santuario subterráneo fue
redescubierto en 2018 por especialistas del proyecto GAM, del Instituto Nacional
de Antropología e Historia (INAH) junto con la National Geographic Society y la
Universidad Estatal de California, en Los Ángeles.
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