Muchas especies de escarabajo recurren a la capacidad de volar para evadir a sus depredadores, pero otras se han visto obligadas a desarrollar mecanismos de protección para defenderse, como el escarabajo diabólico acorazado (Phloeodes diabolicus). Este escarabajo vive bajo la corteza de los robles y otros árboles en el oeste de los Estados Unidos. Curiosamente, lo que le falta en deslumbramiento, lo compensa la alta resistencia que ofrece su exoesqueleto, que tiene una notable capacidad para soportar aplastamientos y perforaciones de los ataques de depredadores, e incluso de resistir a atropellos de automóviles. Para sobrevivir, recurre al camuflaje que le brinda su aspecto rugoso, fingiéndose muerto al detectar una amenaza.
Los investigadores señalan que la razón de que determinadas especies hayan desarrollado un cuerpo tan duro se encuentra en la evolución a partir de sus antepasados voladores, perdiendo agilidad a cambio de obtener un exoesqueleto más robusto y multifuncional que les permitiera tanto almacenar mejor el agua como protegerse de los depredadores. Esta modificación se produjo a base de fusionar y densificar sus élitros, cada una de las alas rígidas que recubren a modo de estuche las alas más ligeras de este tipo de insectos, quedando unidos a lo largo de una línea de sutura que actúa como una armadura.
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