miércoles, 24 de noviembre de 2010

Ana María Matute, Premio Cervantes


Joan Sánchez


"Desde mi primer cuento he querido comunicar lo mismo, la misma sensación de desánimo y pérdida; vivir es perder cosas, también. Nunca se sabe lo que puede durar un libro; es un misterio; la vida también es mágica y esto de escribir también". Sigue pensado que su mejor obra es Olvidado Rey Gudú, novela por la que desea ser recordada, y por eso la escogió para depositarla en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. El cofre de su legado, la caja de seguridad número 1.526, se abrirá en 2029.

Era una niña tartamuda, que se consagró a la literatura para burlar una devastadora soledad: «Si no arranco a escribir, me muero».  La mayoría de sus novelas «no tienen nada que ver con la infancia, sino con lo que todos tenemos que ver con la infancia, que es que la llevamos dentro. Sólo los adultos que conservan en su interior algo del niño que fueron se salvan de la mediocridad y de la vileza de sentimientos». Cumplidos ya los 85, ella misma dijo que era una niña, que no había perdido la inocencia y la bisoñez propios de una cría.


Jorge Moreno


Ondina del Fondo del Lago habitaba desde hacía cuatrocientos treinta años en el más bello lugar del Lago de las Desapariciones. Ondina era de una belleza extraordinaria: suavísimos cabellos color alga que le llegaban hasta la cintura, ojos largos y cambiantes como la luz, que iban del más suave oro al verde oscuro, y piel blanco-azulada. Sus brazos ondeaban lentamente entre las profundas raíces de las plantas, y sus piernas se movían como las aletas de una carpa. Una sonrisa fija y brillante, que iba del nacarado de la concha al rosa líquido del amanecer, flotaba entre sus labios. Cualquier humano hubiera sentido una gran fascinación al contemplarla en todos sus pormenores, excepción hecha de las orejas, que, como todas las de su especie, eran largas y puntiagudas en extremo, aunque de un tierno color, entre sonrosado y oro.



De Olvidado Rey Gudú


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