Michelle Shephard
El 11 de enero de 2002, el primer grupo de 20 detenidos por el Ejército norteamericano durante los primeros meses de la guerra de Afganistán llegó llega al Campo X-Ray en Guantánamo, Cuba, una cárcel al aire libre. Vestidos con monos y gorras de intenso color naranja; con los ojos, narices, bocas y oídos tapados; esposados de manos y pies.
Brennan Linsley
Siete días después, el presidente George W. Bush compareció ante la nación para explicarle que aquellos hombres eran terroristas, que estaban asociados a los ataques del 11-S y que no se les aplicarían las protecciones de las convenciones de Ginebra, que amparan a los prisioneros de guerra. Nacía así la cárcel más infausta de la guerra contra el terrorismo, una prisión en un limbo legal, en una base naval alquilada por EE UU a Cuba mucho antes de la revolución comunista de los años 50. Allí se retendría, dijo Bush, a los que bautizó como “combatientes ilícitos”.
Figuras de cartón que representan a los presos se ven durante una manifestación de Amnistía Internacional contra la prisión de Guantánamo. Olivier Hoslet
Un informe de Naciones Unidas recomendaba el cierre de Guatánamo en febrero de 2006. En los documentos revelados por Wikileaks se informa sobre las duras condiciones de la prisión y se reconoce la tortura de los prisioneros. Diez años después, 171 hombres siguen encarcelados, a pesar de las promesas del presidente Barack Obama de cerrar la prisión. Mantener a cada preso le cuesta a los contribuyentes norteamericanos 800.000 dólares (627.000 euros) cada año. Guantánamo es, a parte de un problema diplomático, la prisión más cara del mundo.
Los activistas de "Testigos contra la Tortura" exigen el cierre de la prisión de Guantánamo y denuncian "la detención indefinida sin juicio". Larry Downing
Fuente: El País
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