William Utermohlen nació el 4 de diciembre de 1933 en South
Philadelphia (USA) en una familia de origen alemán. Estudió desde 1951 a 1957
en la Pennsylvania Academy of the Fine Arts, una de las academias de arte más
prestigiosas de Estados Unidos, y más tarde en la Ruskin School of Drawing and
Fine Art de Oxford, en Inglaterra. Desde muy joven mostró una clara tendencia
por el arte. Le encantaba pintar, especialmente personas. Es en el Reino Unido
donde desde 1957 desarrolla su obra pictórica. A lo largo de su carrera abordó
diferentes temáticas y estilos, y realizó numerosas exposiciones de pintura a
lo largo de Europa y Estados Unidos. Con 65 años de edad le fue diagnosticada
una probable enfermedad de Alzheimer.
Un autorretrato realizado en 1967 puede servir de base para
el reconocimiento de sus habilidades
artísticas, de su precisión, expresión de emociones, originalidad… y, en
definitiva, de la calidad de su trabajo creativo antes de su enfermedad.
En la serie de autorretratos realizados entre 1995 y el año
2000, se observa un cambio rápido y generalizado en las habilidades artísticas,
indicativo del proceso neurodegenerativo e inexorable que William Utermohlen
padece. En estos cinco años, va perdiendo paulatinamente la capacidad de
representación espacial, las relaciones entre rasgos y objetos, entre proporción
y perspectiva. Se simplifica e incluso desaparece el fondo de los cuadros. El
color desaparece y, como si de una metáfora de la enfermedad se tratara, pasa
de vivir y expresar la vida en color, a existir y comunicarla en blanco y
negro. El manejo del pincel se vuelve más burdo, más tosco y, al final, produce
líneas hechas con un lápiz.
En 1996 se puede observar una mirada dura, posiblemente enojada, indignada. Un hombre que ve cómo su mundo se contrae, se hace más pequeño, se limita, se reduce y nos mira e interroga desde detrás de los barrotes de esa cárcel, que es la enfermedad de Alzheimer. La mirada de William tiene todavía fuerza, aunque también se aprecia desasosiego y posiblemente miedo.
En 1997 se pueden apreciar los primeros signos de dificultad
en la representación de los rasgos de la cara, tanto de su estructura como de
la relación entre los mismos. Pinta de manera más burda, y tanto su memoria
como su motivación, atención y reconocimiento visual están ya alterados, y por
eso su pintura resulta más tosca y menos elegante. su rostro refleja una mirada
perdida, extraviada, perpleja, extrañada. Incapaz de encontrarse a sí mismo
dentro de sí mismo, su vida es un encuentro constante con lo desconocido, donde
no puede expresar la naturaleza de su terrible experiencia.
En 1998, cuando William tiene 65 años, estos cambios son más
pronunciados: existe una clara alteración del sentido de la proporción en los
ojos especialmente, y el fondo del cuadro, el contexto del mismo, ha
desaparecido. Su pintura no es tan refinada y precisa, aunque a pesar de eso el
cuadro transmite intensamente la tristeza, ansiedad, resignación y debilidad
que emanan de su rostro.
En 1999, el deterioro de sus habilidades constructivas es
más evidente, los rasgos faciales aparecen juntos, borrosos y extrañamente
(des)conectados. En éste y siguiente autorretrato, los rostros aparecen a la vez casi borrados,
demolidos, desestructurados. Como decía su esposa, “es como si William hubiera
asimilado su destino en su pintura: subsistir mientras desaparece”.
En 2000, William ya había abandonado la pintura al óleo y
trabajaba con lápices. En este autorretrato, solo los principales rasgos de la
cara son reconocibles y la división de la misma está formada por una
continuación de la mandíbula, que casi se pliega sobre sí misma. La enfermedad
de Alzheimer hace desaparecer “el rostro de William”, que se pierde entre las
neuronas dañadas.
Como sucede en los cuadros de William Utermohlen, la
enfermedad de Alzheimer decolora y desfigura a la persona que la padece. Éste
es su proceso. La deshace, en la medida en que su cerebro va muriendo, la
fragmenta y destroza. El día 21 de septiembre se celebra el Día Mundial de la
Enfermedad de Alzheimer.
Fuente: El País
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