Cristina Calderón, de 86 años,
es considerada Tesoro Vivo de la Humanidad por el Gobierno chileno y la Unesco
por ser la última representante de una cultura que desaparece. Es la única
persona del mundo capaz de expresarse en yámana, el idioma (también conocido
como yagán) que modelaron durante más de 6.000 años los habitantes más
australes del planeta, los nómadas canoeros de la Tierra del Fuego. Alfons Rodríguez
Nunca
fueron demasiados. Su ventoso hábitat entre fiordos y glaciares no daba para
mucho. Se estima que, a la llegada de los misioneros europeos en el siglo XIX,
había unos 3.000 yámanas. Cinco décadas más tarde quedaban 130. Los diezmarían
las enfermedades importadas —como el sarampión o la viruela—, la aniquilación
de sus fuentes de proteínas por balleneros y loberos y la aculturación a que
les forzaron los misioneros británicos.
Pese a la rudeza del clima
subpolar, iban prácticamente desnudos. Una capa de grasa de lobo marino —su
presa predilecta, junto a cetáceos, aves y mariscos— protegía del frío su
cuerpo, de tronco robusto y piernas delgadas debido a su existencia de remeros.
Vivían en pequeños grupos familiares, no tenían jefes y ambos sexos gozaban de
idéntico reconocimiento.
Hasta 1941, los
últimos yámanas, menos de un centenar, vivían de la caza y el marisqueo en la
Caleta Mejillones, al norte de la isla Navarino. Ese año, el Gobierno chileno
los obligó a trasladarse a su actual emplazamiento junto a Puerto Williams, en el
barrio de Villa Ukika.
“Durante
décadas, nuestra gente se ha avergonzado de su identidad. En el colegio estábamos
estigmatizados. Gran parte de la pérdida de nuestra herencia se debe a eso”, se queja Luis Gómez, uno de sus 14 nietos, pero reconoce que "no hemos hecho
demasiado por rescatar nuestro legado”.
Una palabra
yámana, mamihlapinatapai, es, según el Libro Guiness de los Récords, la más
concisa del mundo. Significa "una mirada entre dos personas, cada una de
las cuales espera que la otra haga algo que ambos desean pero que ninguno se
anima a empezar".
Los yámanas —en su lengua,
'hombres', es decir, varones— eran cazadores-recolectores que se desplazaban en
canoas de cortezas de árbol cosidas con tendones de animales y en las que prendían
pequeños fuegos por entre las gélidas islas situadas al sur del canal de Beagle
—actual frontera entre Chile y Argentina— y hasta el cabo de Hornos, a sólo
1.000 kilómetros de la Antártida.
Fuentes: El País, Universidad de Chile (Fotos)
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