Ingres
Napoleón I en su trono
imperial
Una
representación del poder cargada de referencias
a la cultura antigua y
medieval.
La obra
del artista francés Jean-Auguste-Dominique Ingres (Montauban, 1780-París, 1867), anclada en el academicismo sólo
aparentemente, constituye sin duda un jalón esencial hacia las revoluciones
artísticas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. La calidad de
las obras que reúne esta exposición permite reconocer en este maestro del siglo
XIX al gran renovador del clasicismo europeo y precursor fundamental del
lenguaje de las vanguardias y la abstracción.
Autorretrato de medio cuerpo
François-Marius Granet
En
sus retratos masculinos se concentró
en
la descripción psicológica del personaje,
al
que procuraba una puesta en escena sobria y contenida.
Monsieur Bertin
Ingres se
acercó a las corrientes de su época (romanticismo, clasicismo, realismo) con un lenguaje
muy personal, que escapa a cualquier clasificación ya que exploró todos
los temas y proposiciones estéticas de su época, pero rechazó las trabas a
la libertad de elección de una escuela, de un movimiento o de un estilo. Profundo
admirador de Rafael, engrandeció los géneros del retrato, el desnudo y
la pintura de historia. La muestra sigue un orden cronológico y
tiene como eje articulador el retrato (la minuciosidad en los detalles,
pero sobre todo elreflejo de la actitud del personaje), el género por el
que tuvo mayor reconocimiento.
El sueño de Ossian
Virgilio lee la Eneida ante Augusto, Octavia y
Livia
La escenificación de la
tradición clásica fue una de las constantes en la producción de Ingres. Su
interés por la literatura grecolatina desempeñó un papel esencial en ello,
porque le permitía aunar la vocación clasicista de su estética y el valor
inmarcesible de los grandes argumentos de la Antigüedad.
La
Virgen adorando la Sagrada Forma
Se adentra en el género religioso, buscando una renovación
Ruggiero libera a Angélica
La gran odalisca
Liberada de toda razón moral,
se hizo célebre por constituir una invitación directa al placer sensual. Se
considera, por ello, el primer gran desnudo de
la tradición moderna. Frente al tratamiento del desnudo masculino, heroico y
marcial, Ingres se adentró en el desnudo únicamente a través de la pura carga
erótica contenida en la belleza del cuerpo femenino, sin obedecer a los cánones
estéticos del desnudo académico. Sus mujeres ideales, morbosamente deformadas
en su abandono contemplativo a un placer fuera de la realidad, se han imaginado
como la antítesis más opuesta, quizá complementaria, a la virtuosa razón que
encarnaba entonces lo viril.
El baño turco
Ingres creó esta cálida y
acuosa sensualidad de una escena vetada al ojo masculino. Esplendor de la
idealización erótica del cuerpo femenino, esta obra es una de las más genuinas
imágenes de su arte. La concluyó cuando contaba ochenta y dos años.
La señora Rivière
La condesa de Haussonville
La señora Moitessier
En los retratos femeninos,
aparentemente menos introspectivos, se mostró muy atento a los detalles de la
moda. De él dice Baudelaire: “El señor Ingres elige sus modelos, y elige, hay
que reconocerlo, con un tacto maravilloso, las modelos más idóneas para hacer
valer más su tipo de talento. Las bellas mujeres, las naturalezas suculentas,
la salud reposada y floreciente, ¡he ahí su triunfo y su alegría!”.
Fuentes:
Hoy es arte, Descubrir el arte, El País
La Tour
Riña de músicos
En el cuadro hay un estallido
de violencia y crueldad, de expresiones humanas, de objetos y texturas: dos
músicos ambulantes forcejean, uno de ellos sosteniendo una navaja, el otro
echándole un chorro de limón en los ojos, sin duda para desenmascarar una falsa
ceguera de pícaro. Las expresiones permanecen congeladas en el pavor, la ira o
la burla. Una luz sin inflexiones muestra los pormenores más mezquinos de lo
real. Parece que escuchamos una carcajada cruel de novela picaresca.
Ciego tocando la zanfonía
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Tañedor de zanfonía con un perro
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El pintor
lorenés Georges de La Tour (1593-1652), famoso en su tiempo y luego completamente olvidado -muchos de sus
cuadros se perdieron y los pocos que había en los museos fueron atribuidos a
otros pintores-, no fue redescubierto hasta el siglo XX, en particular por
Hermann Voss (1915), recobrando su lugar eminente en la pintura francesa a partir de la exposición Pintores de la
realidad (1934) y en las exposiciones monográficas en torno al artista que
tuvieron lugar en París en 1972 y en 1997.
La buenaventura
El tramposo del as de tréboles
Nada o
muy poco se conoce acerca de su juventud y de su formación. Nada se sabe
tampoco sobre un posible viaje a Italia, ni quiénes fueron sus fuentes. En
cualquier caso, en 1616 La Tour es ya un pintor formado. La documentación
posterior lo muestra como un pintor acomodado en lo económico, desabrido en lo
personal y reconocido en lo profesional, alcanzando en el culmen de su carrera
el nombramiento de pintor de Luis XIII.
San Jerónimo leyendo una carta
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San Jerónimo penitente
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La exposición explora su personalidad artística,
tanto en el tratamiento realista de personajes humildes como en sus
delicadas escenas religiosas. Un recorrido cronológico por la trayectoria de
La Tour, directamente relacionada con los acontecimientos históricos de su
tiempo. La muestra reúne 31 pinturas de las 40 más o menos unánimemente
tenidas por autógrafas, de las que sólo cuatro están fechadas y 18 firmadas.
Job y su mujer
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Mujer espulgándose
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San José Carpintero
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En las escenas nocturnas, casi
siempre iluminadas por una vela, los colores son escasos, a menudo limitados a
un refinado diálogo de pardos y bermellón, y los volúmenes se reducen a unos
cuantos planos simples. Esta economía de medios conducirá en la etapa final de
su producción a la realización de pinturas ensimismadas, con una luz que
podríamos calificar de metafísica que abstrae cada vez más de la realidad a sus
modelos. Ningún gesto, ningún movimiento viene a turbar el recogimiento de los
personajes replegados en sí mismos, absortos y reflexivos.
El recién nacido
La Magdalena penitente del espejo
Fuentes:
El País, Hoy es arte, El cultural, ABC
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