lunes, 7 de marzo de 2016

Ingres y La Tour en el Prado



Ingres

Napoleón I en su trono imperial 
Una representación del poder cargada de referencias
 a la cultura antigua y medieval.



La obra del artista francés Jean-Auguste-Dominique Ingres (Montauban, 1780-París, 1867), anclada en el academicismo sólo aparentemente, constituye sin duda un jalón esencial hacia las revoluciones artísticas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. La calidad de las obras que reúne esta exposición permite reconocer en este maestro del siglo XIX al gran renovador del clasicismo europeo y precursor fundamental del lenguaje de las vanguardias y la abstracción.




Autorretrato de medio cuerpo



François-Marius Granet 


En sus retratos masculinos se concentró 
en la descripción psicológica del personaje, 
al que procuraba una puesta en escena sobria y contenida.



Monsieur Bertin



Ingres se acercó a las corrientes de su época (romanticismo, clasicismo, realismo) con un lenguaje muy personal, que escapa a cualquier clasificación ya que exploró todos los temas y proposiciones estéticas de su época, pero rechazó las trabas a la libertad de elección de una escuela, de un movimiento o de un estilo. Profundo admirador de Rafael, engrandeció los géneros del retrato, el desnudo y la pintura de historia. La muestra sigue un orden cronológico y tiene como eje articulador el retrato (la minuciosidad en los detalles, pero sobre todo elreflejo de la actitud del personaje), el género por el que tuvo mayor reconocimiento.




El sueño de Ossian



 Virgilio lee la Eneida ante Augusto, Octavia y Livia 
La escenificación de la tradición clásica fue una de las constantes en la producción de Ingres. Su interés por la literatura grecolatina desempeñó un papel esencial en ello, porque le permitía aunar la vocación clasicista de su estética y el valor inmarcesible de los grandes argumentos de la Antigüedad.



La Virgen adorando la Sagrada Forma 
Se adentra en el género religioso, buscando una renovación 
y una alternativa al nazarenismo



Ruggiero libera a Angélica



La gran odalisca 
Liberada de toda razón moral, se hizo célebre por constituir una invitación directa al placer sensual. Se considera, por ello, el primer gran desnudo de la tradición moderna. Frente al tratamiento del desnudo masculino, heroico y marcial, Ingres se adentró en el desnudo únicamente a través de la pura carga erótica contenida en la belleza del cuerpo femenino, sin obedecer a los cánones estéticos del desnudo académico. Sus mujeres ideales, morbosamente deformadas en su abandono contemplativo a un placer fuera de la realidad, se han imaginado como la antítesis más opuesta, quizá complementaria, a la virtuosa razón que encarnaba entonces lo viril.



El baño turco 
Ingres creó esta cálida y acuosa sensualidad de una escena vetada al ojo masculino. Esplendor de la idealización erótica del cuerpo femenino, esta obra es una de las más genuinas imágenes de su arte. La concluyó cuando contaba ochenta y dos años.




La señora Rivière



 La condesa de Haussonville



La señora Moitessier


En los retratos femeninos, aparentemente menos introspectivos, se mostró muy atento a los detalles de la moda. De él dice Baudelaire: “El señor Ingres elige sus modelos, y elige, hay que reconocerlo, con un tacto maravilloso, las modelos más idóneas para hacer valer más su tipo de talento. Las bellas mujeres, las naturalezas suculentas, la salud reposada y floreciente, ¡he ahí su triunfo y su alegría!”.








La Tour


Riña de músicos
En el cuadro hay un estallido de violencia y crueldad, de expresiones humanas, de objetos y texturas: dos músicos ambulantes forcejean, uno de ellos sosteniendo una navaja, el otro echándole un chorro de limón en los ojos, sin duda para desenmascarar una falsa ceguera de pícaro. Las expresiones permanecen congeladas en el pavor, la ira o la burla. Una luz sin inflexiones muestra los pormenores más mezquinos de lo real. Parece que escuchamos una carcajada cruel de novela picaresca.



Ciego tocando la zanfonía
Tañedor de zanfonía con un perro



El pintor lorenés Georges de La Tour (1593-1652), famoso en su tiempo y luego completamente olvidado -muchos de sus cuadros se perdieron y los pocos que había en los museos fueron atribuidos a otros pintores-, no fue redescubierto hasta el siglo XX, en particular por Hermann Voss (1915), recobrando su lugar eminente en la pintura francesa  a partir de la exposición Pintores de la realidad (1934) y en las exposiciones monográficas en torno al artista que tuvieron lugar en París en 1972 y en 1997.




La buenaventura



El tramposo del as de tréboles



Nada o muy poco se conoce acerca de su juventud y de su formación. Nada se sabe tampoco sobre un posible viaje a Italia, ni quiénes fueron sus fuentes. En cualquier caso, en 1616 La Tour es ya un pintor formado. La documentación posterior lo muestra como un pintor acomodado en lo económico, desabrido en lo personal y reconocido en lo profesional, alcanzando en el culmen de su carrera el nombramiento de pintor de Luis XIII.




San Jerónimo leyendo una carta
San Jerónimo penitente



La exposición explora su personalidad artística, tanto en el tratamiento realista de personajes humildes como en sus delicadas escenas religiosas. Un recorrido cronológico por la trayectoria de La Tour, directamente relacionada con los acontecimientos históricos de su tiempo. La muestra reúne 31 pinturas de las 40 más o menos unánimemente tenidas por autógrafas, de las que sólo cuatro están fechadas y 18 firmadas.



Job y su mujer
Mujer espulgándose



La aparición del ángel a San José
San José Carpintero



En las escenas nocturnas, casi siempre iluminadas por una vela, los colores son escasos, a menudo limitados a un refinado diálogo de pardos y bermellón, y los volúmenes se reducen a unos cuantos planos simples. Esta economía de medios conducirá en la etapa final de su producción a la realización de pinturas ensimismadas, con una luz que podríamos calificar de metafísica que abstrae cada vez más de la realidad a sus modelos. Ningún gesto, ningún movimiento viene a turbar el recogimiento de los personajes replegados en sí mismos, absortos y reflexivos.



El recién nacido



La Magdalena penitente del espejo










No hay comentarios:

Publicar un comentario