miércoles, 17 de octubre de 2012

Gauguin y el viaje a lo exótico



Muchacha con abanico



El MuseoThyssen-Bornemisza, para celebrar los 20 años de existencia, ha escogido a Gauguin, al que ya le dedicó una completa antología en 2004. La exposición Gauguin y el viaje a lo exótico, comprende una amplia selección de artistas de finales del siglo XIX y principios del XX, cuyas obras han sido prestadas por colecciones públicas y privadas de todo el mundo, narra la aventura de Gauguin y su influencia en generaciones posteriores.




Haere mai



Parahi te marae



Gauguin había buscado durante años su paraíso primitivo. En Bretaña, en Panamá, en Martinica... Viajes que resultaron nada idílicos, arruinados por enfermedades y escaseces. Quería encontrar un lugar incontaminado en el que fueran compatibles una vida fácil y gozosa en la naturaleza y la posibilidad de lo misterioso, lo indecible.  Su viaje a la Polinesia es una incursión en lo exótico, pero también una búsqueda desesperada de otra forma de vida




 Idas y venidas



Cambio de residencia



Su obsesión  por  reconquistar el primitivismo a través del exotismo, es el hilo conductor de esta exposición que descubrirá de qué forma el viaje hacia mundos supuestamente más auténticos produjo una transformación del lenguaje creativo, y en qué medida esta experiencia condicionó la transformación del modernismo: el fovismo francés y el expresionismo alemán.





Parau api (¿Qué hay de nuevo?)

Una de las telas más famosas de la historia de la pintura. Dos mujeres jóvenes, una de frente y otra de perfil están sentadas en el suelo entretenidas con alguna labor del campo. Sus potentes piernas y brazos al aire destilan poder, pero están caídos sobre el suelo y sobre el cuerpo. Sus rostros oscuros y negras melenas no expresan emociones. Ambas van vestidas con coloridos vestidos que llenan de luz la imagen. Su actitud contemplativa las transforma en máscaras situadas delante del espectador, sin ninguna perspectiva.





Mata Mua (Érase una vez)

Un cuadro que representa como ningún otro el mundo idílico que perseguía Gauguin. Es un paisaje rodeado de montañas en el que un grupo de mujeres adora a Hina, la deidad que simboliza la Luna. Esas mujeres que bailan en medio de su peculiar paraíso son una perfecta metáfora del mundo que el artista buscaba en islas remotas de la Polinesia francesa. No sabía que el mundo del que venía huyendo ya había contaminado también el paraíso ancestral que necesitaba encontrar para empezar de nuevo en su atormentada vida y reinventar su forma de entender la pintura.
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Dos mujeres tahitianas



La intención del artista fue llevar una existencia armoniosa, acorde con la inocencia y vida de los nativos "sin otra preocupación en el mundo. Más que expresar, como lo haría un niño, las impresiones de mi mente, usando solo el medio del arte primitivo; el único medio correcto, el único medio verdadero". Solo quiere amar, pintar y morir, pero allí se encuentra con que esa paz soñada ha sido violentada por los colonizadores y por la Iglesia y, a modo de denuncia, proclama en sus cuadros el retorno al paraíso perdido.




Mujer tahitiana



Paisaje con perro



Vivió como un colono, bastante aislado de la población local, y su pintura, tras constatar de inmediato que su Tahití soñado había desaparecido por completo gracias a la actividad comercial y a la evangelización religiosa, omitió esa occidentalización y recreó libremente el paraíso perdido maorí. Hasta su muerte en 1903, no había conseguido el reconocimiento de la crítica en las diferentes exposiciones que se le habían dedicado en París. Después, se celebraron exposiciones, se editaron sus escritos, se difundió su leyenda hasta el punto de que su visión de las islas pasó a ser casi canónica.




Matamoe




Fuentes: ElPaís, El Cultural






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