Sonia Naudy comenzó su investigación sobre la difícil
situación de las mujeres en las prisiones afganas en 2010. Philip Poupin
Sonia Naudy, antropóloga, que ha realizado estudios sobre
los establecimientos penitenciarios para mujeres en Brasil y Tailandia, ha presentado
en exclusiva en el festival Photoreporter
de Saint Brieuc, un reportaje fotográfico
sobre las cárceles para mujeres en Afganistán, que nos permite ver una
realidad desconocida. “Este trabajo fotográfico es ante todo un encuentro. Un
encuentro con mujeres de carácter, mujeres con un coraje inmenso, mujeres rebeldes,
las heroínas de nuestro tiempo que luchan para sobrevivir ".
Duniya, de 31 años, está en la cárcel con sus seis hijos
desde hace cinco meses. Acusada de asesinato, fue condenada a diez años. En
la cárcel de mujeres de Bobom Bor en Kabul, intenta en vano protestar por su
inocencia pidiendo la reapertura del proceso. Su difunto marido era un
alto funcionario del Ministerio de Defensa, que fue asesinado cuando salía de
su oficina, lejos de su casa, donde estaba su esposa. Después de varias
semanas de investigación, la policía no pudo encontrar a los culpables, por lo
que fue acusada de asesinar a su marido.
"El tráfico de drogas, el asesinato, el terrorismo, el
secuestro de niños, la desobediencia política son algunos de los delitos que
llevan a las mujeres afganas a la cárcel. Pero principalmente son condenas por los llamados ‘delitos morales’. Algunas de estas
mujeres son realmente culpables, pero muchas de ellas son inocentes. El ‘crimen
moral’ es un concepto jurídico bastante vago, que puede incluir muchos crímenes:
desde el adulterio hasta el mal carácter, el consumo de alcohol o bailar
delante de los hombres. Sin embargo, es el "crimen moral" el
más generalizado para aplicarlo cuando
la mujer huye del hogar paterno o conyugal. En un país donde se practica el
matrimonio arreglado, muchas jóvenes escapan para evitarlo o para huir de sus maridos.
Najiya, de 24 años, está acusada de insubordinación y de violencia. Está
encarcelada en el centro de detención de la policía de Kabul desde hace dos
meses. Su proceso es muy lento porque se niega a pagar al juez. Ella
es abogada de la Delegación gubernamental contra la violencia a las mujeres y
conoce muy bien la corrupción que afecta a la justicia de su país. Todo se
vino abajo el día en que un camarero la violentó con palabras y tocamientos.
Ella se defendió con patadas. La policía intervino y la criticó por no ser
sumisa, ella se irritó otra vez y golpeó
a la policía también. "No me arrepiento. Voy a empezar a golpear
a los hombres que me hablen mal. Tengo derechos, deben respetarlos ".
“Un vecino entrometido, una esposa celosa, un padre
deshonrado, son motivos suficientes para una denuncia y detención. Una vez
detenida, es conducida a la comisaría para un interrogatorio y, luego, puesta
bajo custodia. Este es el comienzo de un largo combate con las justicia afgana:
abogado, audiencias, cohecho, vuelta a la cárcel y audiencias de nuevo. La
custodia puede durar meses si el Tribunal no llega a pronunciarse sobre el
caso. Si hay sentencia condenatoria, es conducida a la cárcel para cumplir su
condena.
Jamila, en primer plano, no sabe su edad: "15 o 20
años". Ella está en la cárcel por libertinaje, un crimen moral en
Afganistán. Procede de una familia humilde, es analfabeta, ya que no fue a
la escuela. Durante el juicio, tuvo que firmar un papel en el que decía por cuánto tiempo era condenada, pero no sabe leer. Jamila posa sin velo y
con un cigarrillo en la mano al lado de una de sus compañeras en la prisión de
mujeres de Mazar-e-Sharif.
“El universo en la prisión afgana es paradójico. Las
presas tienen cierta libertad, la mayoría no lleva el velo, fuma cigarrillos,
usa maquillaje... Este es el Afganistán como si no hubiera ninguna prohibición
para las mujeres. Tienen acceso a clases de alfabetización, inglés o informática,
propuestas por las organizaciones no gubernamentales afganas y financiadas con
fondos extranjeros. Esto da la ilusión de un soporte ideal basado en un
modelo occidental. Pero la realidad del confinamiento es otra: La
privación de libertad, la promiscuidad,
la enfermedad, la separación de los seres queridos, el miedo al futuro. De
hecho, la mayoría de las mujeres encarceladas han traído la desgracia a sus
padres o a sus maridos y, por ello, una vez fuera de la cárcel es, en muchos
casos, el comienzo de otra pesadilla. Condenadas a vivir ocultas, no tienen
otra opción que vivir en casas protegidas por alguna ONG, para no sufrir la
terrible venganza mortal de la familia o el marido y poder lavar de esta manera su ‘vergüenza’.
Farida, a la izquierda, de 20 años, fue encarcelada por
haber sido violada. El gobierno no sabe qué hacer con ella: si regresa con su
familia, la pueden matar. Detrás de ella, Sofía, de 19 años, con su bebé
nacido en la cárcel, fue condenada a 18 meses de prisión por huir del domicilio
conyugal, un crimen moral en Afganistán. Están en la cárcel de mujeres de Bobom
Bor en Kabul.
“Todas las mujeres que aceptaron ser fotografiadas desafiaron
todos los tabúes aún a costa de poner en peligro sus vidas. Su situación ya es de
por sí difícil, pero, además, de ser
fotografiadas en su cotidianidad en la prisión, sin velo, maquilladas y, sobre todo, fumando, es
un acto de coraje y de rebeldía. Todas
me dijeron que querían que mostrara estas imágenes a Occidente para que la
gente sepa lo que está pasando con las mujeres afganas. La injusticia de
la que son víctimas, la corrupción del sistema judicial afgano y, simplemente,
su condición de mujeres que ha mejorado desde la caída de los
talibanes”.
Estas mujeres están en libertad. De momento viven escondidas en una casa. Tras
cumplir la condena, son rechazadas por sus familias y están a menudo en
peligro de muerte. Sin un lugar a donde ir, las ONG les ofrecen alojamiento, además de orientación
psicológica y formación profesional. Ahora están condenadas a la
clandestinidad y cuando salen siempre lo hacen con el burka.
Fuentes: Photoreporter de Saint-Brieuc
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